El 4 de julio del 2016 murió uno de las grandes leyendas de la cinematografía mundial, y en específico, una de las grandes estrellas del cine iraní, se trata de Abbas Kiarostami, quien feneció a la edad de 76 años en París a causa del cáncer gastrointestinal que le fue diagnosticado en marzo de aquel año.
No obstante, Kiarostami no se fue sin dejar huella, sino que ha dejado un legado inigualable que se fue cocinando hasta dejarnos la esencia de obras maestras como: Gozaresh (1977), El sabor de las cerezas (1997), y su última producción, Like someone in love (2012).
Así que no hay mejor forma de rendir tributo a esta gran personalidad del cine, aún pasados los años, que adentrándonos a una de sus cintas más premiadas, se trata de El sabor de las cerezas, filme que, entre otros reconocimientos, fue merecedor de la Palma de Oro en Cannes (1997).

Para empezar hemos de decir que esta cinta es fruto, no sólo de la habilidad de Kiarostami en la técnica y lenguaje cinematográfico, sino también de su talento como poeta; ya que nos enfrenta ante una cinta que representa un poema a la vida y la existencia, el cual está siendo recitado con sonidos, colores, diálogos, silencios y hasta vacíos plasmados con la pantalla en negro.
En general es posible dividir la película en dos partes; la primera es la de la soledad e incertidumbre, la cual se plasma en un contexto donde Irán es un paisaje desolado y con un calor abrasador, capaz de sentirse por su paleta de colores llena de rojos y naranjas que perduran con el sonido de las excavaciones y el silencio.
Y justo en medio de esta atmósfera, un hombre, Badii, quien se pasea en un coche en busca de alguien que lo ayude. La primera opción de rescate es un soldado joven y tímido, con quien tiene una conversación y es cuando a los espectadores se nos revela la trama: Badii va a suicidarse y necesita alguien que entierre su cuerpo tras su muerte.
Sin duda empezamos a entender que la cinta se tratará de un gran dilema existencial de un hombre intentando morir, y aunque nunca se nos revelan las causas de su deseo, ¡no importa! porque la simple decisión y las horas pasando nos crean la suficiente tensión para mirar de cerca el arco dramático que nuestro protagonista irá recorriendo.

Para la segunda parte de la película, nos encontramos con una magia inigualable, ya que Badii se encuentra con su tercera opción de rescate, un taxidermista que acepta enterrarlo. Es aquí cuando ocurre un diálogo que es capaz de conmover y adentrarte en una filosofía de la vida que retumba en la mente; sin duda es un diálogo que te cambia la perspectiva y hace surgir la pregunta clave que le da el nombre a la cinta de Kiarostami:
“¿quieres dejarlo todo?, ¿Quieres abandonar el sabor de las cerezas?”
Con la metáfora de las cerezas, no encontramos que en sí es una comparación con el sabor de la vida, justo como lo hizo Bergman en su cinta de Fresas salvajes (1957); aunque en ese caso las fresas son el pasaje a un momento de la vida, y en éste caso el sabor de las cerezas resulta de un viaje a la vida real, ya que en Teherán, donde ocurre la historia, las cerezas son un fruto que rara vez se encuentra y tiene un sabor agridulce, justo como el de la vida de Badii, quien debe saborearlos o morir. Así que antes de llegar a los spoilers más densos, nos detenemos para recomendarte ver ésta y cada una de las cintas de uno de los más grandes cineastas de los últimos treinta años. Prometemos que será un deleite que reta al espectador a un nivel Brechtiano. ¿Y tú? ¿Abandonarías el sabor de las cerezas?…